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El hambre en la sociedad del despilfarro

Por TOMÁS GÓMEZ BUENO

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Es innegable que la base física y biológica de la vida humana es la alimentación. Sin alimentación adecuada, la estructura biológica del ser humano se deteriora, un daño que afecta a la persona de forma total y repercute profundamente en su estima y dignidad. Tristram Stuart, (2009) ha tomado la iniciativa de documentar el desperdicio de alimentos que se genera en los países desarrollados, y sostiene que si se pueden recuperar los alimentos que van a la basura, para con ellos beneficiar a quienes sufren hambre en el mundo, este problema podría comenzar a tener una auspiciosa solución.
Hay que anotar, sin embargo, que estas posibilidades que Stuart plantea no han sido consideradas seriamente por economistas, ejecutivos de Estados y quienes toman decisiones. Se puede afirmar que este tema no está como una prioridad en la agenda de los grandes líderes del mundo; incluso, de los riesgos que para el clima global y la misma producción agrícola entraña utilizar tanto espacio solo para producir alimentos.
Parece que estamos tan acostumbrado a la abundancia que no olvidamos de evitar el despilfarro. La buena mayordomía implica aprovechar la abundancia para responder a las necesidades sin caer en el derroche. Stuart, (2009) en su libro “Despilfarro, el escándalo global de la comida” nos alerta sobre el gran desperdicio de alimentos que se produce en la actualidad.
En Gran Bretaña se generan cada año hasta 20 millones de toneladas de residuos alimentarios. Los europeos se dan el lujo de tirar a la basura más de una tercera parte de la comida que producen. El despilfarro es aún mayor en Estados Unidos, donde se desechan todos los años 40 millones de toneladas de comida, suficientes para alimentar con creces a los mil millones de humanos que pasan hambre.
Cuando Jesús dijo que los pobres lo tendríamos siempre, probablemente no se estaba refiriendo a la escasez de alimentos, más bien lo que dijo tiene que ver con la actitud que los hombres, con el egoísmo y el mantenimiento de sistemas y estructuras que aseguran el bienestar de unos pocos en perjuicio de la mayoría. Sólo con la comida que desperdician Estados Unidos y Europa se podría solucionar el problema del hambre en el mundo y evitar la pérdida diaria de más de 25,000 vidas humanas. El problema no es la falta de alimentos, sino lo que hacemos con ellos. Incluso, según estudios, América Latina produce suficiente desperdicios de alimentos para acabar con el hambre en la región y sobra. Esto solo podría lograrse si parte de una actitud humanitaria, de un profundo compromiso cristiano y de una visión clara del Reino de Dios y su Justicia.

Stuart está convencido de que la solución empieza por nosotros mismos, en nuestros hogares, que de manera tan despreocupada contribuyen al despilfarro. De principio a fin, insiste Stuart, el mensaje que debería guiar nuestros actos para evitar el despilfarro debería parecerse mucho a lo que dijo Jesucristo a sus discípulos una vez consumado el milagro de los panes los peces en San Juan 6:12: “Y cuando se hubieron saciado, dijo a sus discípulos: Recoged los pedazos que sobraron, para que no se pierda nada”.

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