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En el mercado de La Pulga se vende hasta lo que usted menos se imagina


Por

Jhenery Ramírez
jhenery.ramirez@listindiario.com
Santo Domingo, RD
Era domingo y me bajaba del vehículo del Listín Diario en medio de la Autopista 30 de mayo esquina Luperón. Me asombré cuando vi tantas carpas de colores, el tumulto de la gente y vendedores ambulantes. Acababa de llegar al mercado de La Pulga. Me llamaba la atención y me quedaba mirando fijamente cómo debajo de un elevado había tantas personas vendiendo todo tipo de artículos y enseres.

Primero me encontré con un señor que hace apuestas en una ruleta: un número ganador por una botella de ron. No sabía que el mercado de La Pulga también funcionaba para casinos improvisados. Pensaba que solo se vendía ropa, zapatos y artículos para el hogar. Por eso, le pedí al fotógrafo, Adriano Rosario, que captara el oficio de este hombre.

Cuando él notó que era fotografiado se molestó y me dijo “¿Tú nunca has visto esto?, mejor váyanse a hacerle fotos al presidente al Palacio y aquí no vengan a buscar donde no hay”. Le expliqué qué hacía ahí, entablamos una conversación fluida y al final hasta un abrazo de despedida me dio.

Entre carpas y carpas, no perdía de vista lo que vendía cada quien a precios baratos. En ese afán por encontrar datos, vi a un hombre que comercializa correas de piel usadas. Él me contó cómo funciona todo: los vendedores comienzan a llegar a las 3:00 de la mañana cada domingo, empiezan a colocar sus mercancías donde les corresponde y se sientan a esperar a sus clientes.

Su nombre es Ramón, era muy amable. Se puso feliz cuando nos vio allí. Gracias a él supimos que los vendedores tienen que pagar de RD$50 a RD$100 semanal para que una brigada de la Alcaldía recoja la basura a las 5:00 de la tarde. Además, defendía en su conversación lo que se vende en el lugar porque es de calidad y tiene precios cómodos.



Tierra de todos
Mientras dialogaba con Ramón, miré a lo lejos a una jovencita haitiana que estaba vendiendo naranjas. Su rostro reflejaba sueño y era muy tímida. Le pregunté a Ramón si estaba permitido vender comida y me contestó “mire, aquí hay de todo, créame”. En verdad, no le presté atención hasta que seguí caminando en el poco espacio que había entre una carpa y la otra y vi jabones, cremas, papeles de baño, alimentos, gorras, pelucas, artículos deportivos, calderos, videojuegos, computadoras, accesorios, electrodomésticos, estimulantes sexuales y hasta lo que usted no cree que venden allí y que pensaría que solo lo consigue en un supermercado.

Había una vendedora de vegetales que estaba sentada en un cubo blanco. Sus mercancías estaban sobre una lona azul colocada en el piso. Ella ofrecía lonjas de cerdo crudo sazonado que compran los haitianos, en su mayoría, para preparar un locrio al que también le echan guandules o habichuelas.  Hay gente que vende maniquíes a los dueños de tiendas y así para cada tipo de público, algo aparece. Se trata de un acuerdo tácito en el que “yo tengo algo que no necesito o me generará ingresos, tú lo necesitas, lo obtienes a un precio discutible y ganamos ambos”.

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